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  • Última actualización 2024-04-29 15:33:31
<p>Mauricio Natera, el Romancero Llanero.</p>
Crónicas, cuentos y novelas

Desde Pariaguán: Cuando una guitarra es una mujer que enseña música

La tarde anunciaba aguaceros, de esos que avisa el gavilán con un pitio como avistando la cacería, otro grito de hombre se escuchaba cruzando la calle, avisando la presencia de un cantor amistoso y bonachón que es Mauricio Natera en la calle Comercio de Pariaguán, estado Anzoátegui, reunido con algunos paisanos capea la amistad que demuestra su don de anfitrión de ese pueblo llanero al sur del Oriente, cerca del límite con las aguas de invierno.

De repente el sol apareció y las nubes oscuras se fueron al Orinoco, por allá en Mapire donde se celebraba el festival de copleros La Payara de Oro y donde ha dejado de sonar la vieja rockola botiquinera que enseñó a Natera a querer los cantos de una Venezuela pretérita que dejó en su memoria las querencias de un país que es el llano.

Una guitarra vieja prestada con sus cuerdas maltrechas y empatadas, heridas de tanto sonar fueron sus primeras lecciones de algo que sonara con cuerdas, su dueño nunca le dio instrucciones especiales, simplemente se la prestó y Natera aún niño la quiso como se puede querer a una mujer, la limpió, acarició su cintura, le puso clavijas nuevas y una nueva encordadura como si se tratara de una nueva cabellera, le brindo el cariño que le faltaba a esa guitarra "mujer" a la que jamás pudo olvidar y de donde aprendió las primeras lecciones de música..

Desde la observancia se autoinstruyó, mientras el dueño de la guitarra la tocaba en una bodega donde se reunían los hombres de a caballo a libar licor los fines de semana y como Natera apenas era un muchacho de pantalones cortos, se escondía en una esquina del mostrador a puntearla imaginariamente en la caña de su brazo para aprenderse las notas, que luego practicaba entre lunes y miércoles, eran los días cuando el cuidaba y protegía aquella guitarra ajena.

Don Pedro Natera entonces no aprobaba que su muchacho fuera músico porque aquello llamaba a la "vagabundería y a la borrachera" entonces tenía que aprender escondido del Don, hasta ya grande cuando el pollo se soltó, en un improvisado ajuste con cantantes reconocidos como El Tigre de Payara Francisco Montoya en el viejo Rincón Llanero demostró que su canto tenía el terrón firme de la tierra pariaguanera.

Luego fue Eladio Tarife, el mismo autor de Linda Barinas y Muchachita de Bruzual, quien le tendió la mano en su primera presentación fuera del lar nativo y en medio del exigente público valenciano, así despegó su aventura de cantante profesional afinando su virtuoso gañote de tenor con entonación llanera, recogiendo los frutos de un aprendizaje experimental en los escenarios que participó durante los años 70,80 y 90 para madurar con un canto personal que lo distingue de otras voces del joropo llanero.

No se equivocaron Remigio García y el Pariente Jacinto Martínez Orozco en Apure cuando lo seleccionaron para grabar con Cachilapo aquel primer disco el año dos después del ochenta que le dio nombradía, entró por la puerta de los destacados, entonces ser seleccionado por estos dos productores musicales era pasar la prueba de la excelencia para firmar con el estrellato en el género joropo.

Pero las lisonjas de la fama y las presentaciones en todo el territorio que le valieron afectos nacionales no lo separaron de Pariaguán, "yo nunca me he ido de mi pueblo, salgo y vengo porque tengo que atender un piacito é tierra que me dejó el viejo" me dice confidente cuando le pregunté por el disco "El Regreso" su más nueva producción.

En realidad fue la ausencia de la producción de discos lo que lo lleva al "regreso" pero ¿de cual regreso hablamos? si nunca dejo de cantar, nunca se fue, siempre estuvo ahí donde la memoria se ilumina para evocar los elementos de un canto auténtico y ciertamente retorna con una alforja de versos evocativos de sus recuerdos nostálgicos como si guardara en su capotera las semillas de sus remembranzas, de su llano, sus padres, sus amores, sus paisajes, para regresarlas a la tierra venezolana, tierra todavía ausente en Caracas pero que vibra y palpita corazón adentro donde los ríos se expanden en morichales, esteros para inundar la sabana y donde se escucha lejano el pito del toro llamando a su vacada, donde todavía se siente el placer de escuchar el parpadear de las espumas de la postrera en el balde del ordeño mañanero, eso no ha cambiado todavía gracias a Dios y a eso le sigue apostando con su cantos y su grito pariaguanero Mauricio Natera

Su aliado en este regreso fue el poeta y también cantor Andrés Pulido de Zaraza, cuyas letras alimentadas por datos biográficos y aliñadas con el culantro de monte de los cuentos de su vida le dieron los elementos para construir un imaginario estético matrimoniado con la idiosincrasia del canto campesino, sabanero, veguero.

Los arreboles rojizos se montan sobre el cielo de Pariaguán, ya Carlos Guirado su vecino finquero debe partir a los lados de La Cuchilla llevando el bastimento para los vaqueros, por allá donde limitan con el sol cerca de San Diego de Cabrutica y donde Natera creció después de venir infante pichón desde Maturín, por allá se escucha su grito de gañote sabanero el mismo que alegra a la gente de ese país que es el llano y que el poeta Gustavo Pereira eternizó en "Escritos del salvaje" con aquello que decía: "Atapirire, Pariaguán, Mapire, rótulos del arrullo. Como siempre se está echada una pradera. Sus farragoso esteros, chaparros a saltos empinados contra el viento, se duelen bajo el sol"

Para quien no conoce a Mauricio Natera escucharlo es una fortuna porque nos deja saber que el talento venezolano no tiene límites, ni cantidades medibles, pero si la calidad de los mejores, cantera de nata y queso fresco, sabor salobre de laguna donde lamen las vacas sus mejores minerales para producir el superior alimento que nutre al pueblo venezolano y sobre todo la capacidad espiritual para fortalecer y animar la identidad nacional y los valores que nos reconocen como pueblo autónomo soberano arraigado a sus costumbres y veladores de un arte auténtico.

Por: Aldemaro Barrios R.

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