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El hechicero y la bruja (cuento)

Por Favián Estrada Vergel.
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@FAVIANESTRADA

Arribaron en aquella ocasión a Arauca un hombre volatín y su hija de quince abriles. Traían maletas con telas de tafetán y curiosidades varias para exponer en las festividades de diciembre. Instalaron el toldo a un costado del puente de maderos y cobertizo (aquel puente sobre el caño Córdoba o caño El Zamuro, como le decían en 1917). Antes habían salido con tambores a pregonar la función y las ventas, así que los vecinos recostados en sus sillas más cómodas, bajo la penumbra fresca de los árboles de almendros, comentaban aquello, de manera que los niños percudidos y escuálidos andaban detrás de los artistas igual que una desordenada tropa.

El hechiceroVendían tizas chinas para espantar hormigas, ungüentos de baba de caracol y caléndula contra las cicatrices, aceite de pata de buey contra dolores, linaza y concentrado de ciruelas pasas contra los malestares del colon, extracto de orégano contra las inflamaciones, valeriana y pasionaria. A los muchachos les ofrecían canicas de cristal por cientos, boliches de madera con palo y cazoleta, dados y naipes. Relojes de leontina, portarretratos, anillos, ábacos, alicates, gafas, dentaduras, martillos, sacacorchos y tijeras de latón para no tener que jalarse a la brava los pelos de la nariz. Traían espuelas, jaulas y embudos para pesar gallos.

Despacio fueron llegando los parroquianos, vecinos endomingados y grupos en corrillo de sabaneros enfiestados. Venían de las veredas o de los ranchos y casas del pueblo; algunos traían sus bancos para acomodarse mejor y muchos quedaron de pie con una expresión aniñada y feliz.

Sacarías Sarmiento, vendedor y volatinero, era enjuto, de maneras lánguidas (podría decirse que parecía en los puros huesos), pese a ello tenía la fuerza prodigiosa de diez hombres, salida de los confines de una naturaleza que no se le veía por ningún lado, porque hacía actos de saltimbanqui y de resistencia para asombrar a todos con la misma audacia de un taumaturgo. Partía tres bloques de ladrillos juntos con un puño, doblaba varillas imposibles con las manos y molía canicas con los dientes y las tragaba. Alistaba una cuerda fuerte entre dos estacas enterradas y de un salto se subía a un baúl y de otro se montaba sobre la tensa soga trenzada, así que, con habilidad y arte, andaba de espalda con un balancín mohoso y volteaba por los aires dando saltos mortales.

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