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  • Última actualización 2024-04-18 10:12:06

La mulata Paulina Santos - Fragmento 1 del primer capítulo.

Por Favián Estrada Vergel.

Isamar CastilloIsamar Castillo, sentada en el sofá de su casa con Azur, abril de 1920

Conocí a Yasar en una calle del arrabal de Getsemaní mientras él, motivado por los vapores fogosos del aguardiente de caña, bailaba un mapalé con una cuadrilla de negros. A mí me descubrió mal sentada (con las piernas entreabiertas) contemplándolo desde el andén a una hora inapropiada, aún con el traje de colegiala y los libros escolares caídos, y se desligó de la camarilla para ir en mi búsqueda; en tanto que yo, en aquel encantamiento abisal, le permití arrastrarme al fango estrepitoso de una danza de frenesí que apenas había comenzado con sus caderas de marinero furioso. Tenía una de esas miradas que hacía sentir cierta electricidad en la piel, no tanto por su
 dureza de ver sino por la manera persuasiva de hacerte pensar en su presencia. Me sonrió moviéndose al ritmo afrocolombiano de los tambores, el canto y el palmoteo, y sentí su fuerza misteriosa, mi pecho se estremeció presa de una sensación placentera desconocida, y me pregunté a mí misma qué me pasaba, por qué una sonrisa y una mirada me habían provocado tantas emociones. Caí de manera inexplicable en un desenfreno de pasión y deseo carnal, promovido por el golpeteo del tambor y el agudo sonido de una caña.

Con ser un breve minuto aquel instante perturbador, lo recuerdo como una vida entera.

Al despertar en la concisa densidad de un sitio ignoto, a punto de reventárseme la cabeza por la resaca, me vi desnuda, ensangrentadas las piernas, reposando sobre su tórax peludo y formidable de cuarentón de bigotes peninsulares, en la alcoba de un lujoso hotel con vista al océano. No regresé a casa de mis tíos, no volví a verlos jamás (yo era una carga sacada en cara a toda hora). A partir de entonces navegamos por el mar en un recorrido mundial, disfrutando de la apasionante aventura de lo prohibido (literalmente hablando) y del sexo con un hombre que podía ser mi padre.

Después de aquellas andanzas traficando en un submundo de dinero rápido y abundante en mujeres, joyas, obras de arte, plumas de garza, animales, etc., decidimos volver al país para quedar lejos de los enemigos, en extremo peligrosos, que ganó Yasar al liquidar a un naviero egipcio en unos confusos acontecimientos, cuyos detalles describiré fundamentada en la ligera versión de mi marido, porque, con honestidad, sólo los conozco en parte, y —haya sido o no en su propia defensa— sucedió para desgracia nuestra.

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