Tomado del libro:
De la tradición y el mito a la literatura llanera. Tercera edición: corregida y ampliada
Autor: Temis Perea Pedroza
Se narra en el libro de Melecio Montaña “Entre el Cielo y el Llano” que hace muchos años, en las ilímites llanuras colombo-venezolanas existieron dos hombres muy famosos por su autosuficiencia en la vida recia del hombre sabanero; eran compañeros inseparables y conocidos plenamente por apodos o motes: a uno le decían Carrao y al otro Mayalito.
El primero, o sea ‘Carrao”, era un hombre de esos llaneros que nunca conocen el miedo y sienten placer desafiando el peligro; hombre resuelto, amigo de los caminos en las noches oscuras, gran baquiano de la llanura y extraordinario jinete: ningún caballo había logrado quitárselo de los lomos por muy bravo que fuera, como nunca un toro bravo había logrado tocarlo con sus cuernos.
Carrao era feliz andando en plenas tormentas nocturnas, no le importaba que su caballo fuera salvaje, más hombre se sentía, era tanta la confianza que se tenía que sabía que nunca se caería de un caballo, pues sus piernas habían nacido para domar caballos fieros. Mayalito, su inseparable compañero y amigo, por el contrario, era su polo opuesto: un hombre aplomado, juicioso y talentoso en todos sus aspectos, fiel sabedor de que con la naturaleza llanera no se puede jugar demasiado porque es severa, claro que sin dejar, eso sí, de ser un hombre de gran coraje como todo buen llanero, de invaluables cualidades en el campo glorioso del diario trajinar sobre un suelo plano de grandes horizontes, de burda sabana abierta, de ensoñadores paisajes. de incontable ganadería salvaje y cimarrones, de contorsionados y caudalosos ríos, de plateadores esteros,
de señoriales palmeras y lindos morichales, de relámpagos y rayos; de ensordecedores truenos, de persistentes aguaceros, de colombianísimas tribus indígenas, de hombres que por Dios tienen un requinto sonoro y por ley una copla en los labios, de niños que nacen hombres para enfrentarse a una naturaleza bravía, de un sol ardiente, una luna placentera, de una mesada de suelo pequeñito y callado, mirando hacia arriba, un cielo admirando el tejer majestuoso de una historia difícil pero llena de encantos inolvidables, ¡los llaneros! Ese era Mayalito, el que hizo un inventario de advertencias a su compañero, las cuales nunca fueron atendidas ni obedecidas, pues la rebeldía y el coraje del Carrao constituían un patrimonio muy suyo, del cual no era fácil olvidarse de buenas a primeras porque con esas características había nacido.
Una tarde, cuando el sol palidecía y la noche comenzaba a imponer su color sobre la llanura, se advertía en el horizonte cercano una horrible tempestad que hacía pensar que la noche iba a ser tormentosa, se fue al mangón y amarró el caballo que estaba trochando, lo trajo al corral, lo ensilló y le pegó la margalla, cagalerió la soga y montándose en el brioso caballo se despidió de Mayalito.
Abrió la puerta de trancas del corral y en medio de candelosos rayos se fue alejando en la oscuridad de la sabana, esta vez... para nunca regresar.
Mayalito, al ver que su amigo y compañero no regresó, se dio a la tarea de buscarlo en todas las noches oscuras por los distintos rumbos de las comunales sabanas, especialmente por las partes que sabia que al Carrao le gustaba frecuentar.
Fueron muchas las noches que Mayalito anduvo gritando incesantemente a su compañero “Carraooo”, “Carraooo”, escuchando sólo la respuesta producida por el eco de su voz.
Una noche, Mayalito acortaba una travesía en medio de una tormenta de rayos, a la luz de un relámpago vio que algo brilló a los pies de su caballo, se apeó e inspeccionó el objeto, se sorprendió cuando lo identificó pues se trataba de las zapatas del freno metálico del apero de “Carrao”; las alzó y las llevó consigo.
Desde entonces puso énfasis en la búsqueda de su compañero, pensó que algo le había ocurrido y que no estaría muy lejos de allí; continúo su tarea noche tras noche, hasta que Mayalito tampoco regresó nunca más al hogar: se lo tragó la sabana junto con el Carrao.
Mayalito se convirtió en un ave que vuela en las noches oscuras produciendo un canto: Carraoooo, Carraooo.
A esta ave se le conoce en el llano con el nombre de Carrao