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  • Última actualización 2024-04-29 15:33:31

Mi Guatecito - relato de Doña María de la Luz

Vivo a dos cuadras de la Gobernación. Cuando pedí el lote no querían dármelo por que esto por aquí era una laguna, pero yo insistí que fuera aquí por que por estos lados vivía toda la gente que yo conocía. La calle era de pasto y nosotros a pura pala la manteníamos limpia. En la esquina había un pozón hondo y ahí se bañaban los chigüires, y los gallitos laguneros se amontonaban en la puerta de la casa por que nosotros les echábamos comida.

Ahí paré la casa y el día que le quitaron la palma y le pusieron techo de zinc se fueron los morrocoyes. En el patio había por lo menos ocho morrocoyes, pero se fueron y no los vimos más...! por esos días yo me enfermé y me remitieron a Bogotá para que me hicieran unos exámenes. Legamos a Bogotá, nos que damos en un hotel y por la mañana cuando salimos a desayunar vimos a unos niñitos durmiendo amontonados en un andén. Habían puesto unas hojas de periódico en el suelo y con otras se tapaban.

Quien sabe de quien serían hijos...? Tal vez en su casa estaban aguantando hambre y tuvieron que salir a la calle a pedir, pero con todo el sufrimiento no eran feos; había uno blanquito con la cara rosadita que parecía una manzana y yo me enamoré de él y quería traérmelo, pero mis hijos no me dejaron. Me decían que yo no podía agarrado y traérmelo así no más, como el que coge un morrocoy o un arrendajo en el monte, que tenía que hacer muchos trámites y sacarle papeles con un juez.

Me dio mucha tristeza y cuando llegamos al restaurante no quise desayunar y después no quise salir del hotel y mis hijos tenían que llevarme la comida a la pieza. No quise salir más para no tener que verlo. Quien sabe que situación estaba pasando la mamá para tener que botarlo a la calle.

Al año siguiente tuvieron que sacarme otra vez para otros exámenes médicos, pero yo le dije a mis hijos que a Bogotá no volvía y entonces me llevaron a Bucaramanga. Cuando estábamos llegaron unos muchachos de esos que llaman «gamines» y nos pidieron comida. El dueño del restaurante se vino todo bravo, cogió a uno por el brazo y lo jaló duro para sacarlo.

Entonces yo me paré y le dije que no tenía por qué mezquinarles la comida, que éramos nosotros los que estábamos pagando y además si ellos pedían sería porque tenían hambre. Cogí el almuerzo, lo envolví y se lo regalé a los muchachitos y me acordé otra vez del guatecito que no me dejaron traer de Bogotá.

Ahí lo hubiera criado y no hubiera aguantado hambre porque cuando eso mis hijos mataban ganado y aquí en la casa se pesaba la carne y siempre había mucha comida. Hoy sería un guatote como de 40 años mi guatecito.

Umberto - Umberto

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