Nacieron en cautiverio, en una rústica incubadora que fabricó un funcionario de Corporinoquia. Ahora esperan con impaciencia el día en que por primera vez verán las aguas y playas de los ríos, donde aspiran, si los depredadores no se los impiden, a vivir y reproducirse.
La historia que tuvo un prologo trágico, terminará con un epílogo feliz; todo gracias a la acción rápida y efectiva de la Policía Ambiental que logró detectar en un vehículo de servicio público, la presencia de un sujeto que en su equipaje llevaba unos 300 huevos de tortugas de la variedad Charapo y Terecay, que serían comercializadas en los mercados de Bogotá, donde sin razón científica, han ganado fama de despertar el apetito sexual. Estas especies son propias de las sabanas orinocenses y precisamente por la acción del hombre, están a punto de extinguirse.
El maltrato a que fueron sometidos luego de más de 10 horas de camino por ríos y trochas, deterioró la mitad de los huevos, solo 100 lograron salvarse de ser “pericada” para el apetito de algún demente que lo único que hubiera conseguido sería aumentar sus niveles de colesterol y seguramente un infarto cardíaco.
Devolverlos a sus lugares de origen, los ríos Casanare y Guachiría sería una locura, pensó Saulo Orduz Latorre, quien atiende el área de fauna silvestre en la Corporación Autónoma Regional de la Orinoquia. Optó entonces por fabricar con dos neveras de icopor, tubos pvc, pegante, dos bandejas plásticas para el agua, una parrilla y un termómetro para controlar la temperatura y la humedad, una rústica incubadora, que acomodó en el patio de su casa para instalar 100 unidades que a diario fueron vigilados por la familia del funcionario, compuesta por, Ana Lucía, Catalina y Daniel Alberto sus pequeños hijos y su esposa, que combinó su profesión de odontóloga y madre con la de ambientalista consagrada.
Los restantes 200, fueron sembrados en la finca El Picón, en la zona rural de Yopal, que utiliza la Corporación para recepcionar, curar, cuidar y liberar las diferentes especies de animales que a diario le decomisa la fuerza pública a decenas de desubicados que se esclavizan tratando de esclavizar un ser que le pertenece al los bosques, a los ríos y al aíre. Allí, cerca a un estero, se simuló una playa y se implantaron los huevos de tal manera, que si algún tortugüillo lograba nacer pudiera tener una fuente de agua donde guarecerse y ampararse de los depredadores.
Luego de tres meses de vigilancia constante, por fin los huevos comenzaron a agujerearse y fueron apareciendo pequeñas cabecitas y unos ojos que buscaban afanosamente la luz que los guiara por un sendero seguro a los ríos llaneros, caminos del agua que conducen al Soberbio Orinoco. Hace dos meses nacieron y seguramente deberán permanecer uno más bajo el cuidado de la familia Orduz, por que deberán esperar que bajen las aguas de los ríos para que aparezcan las playas donde serán liberadas. Desde ya cuenta con “padrinos”, son finqueros ribereños de los ríos de Casanare que piden que les liberen en las playas de sus predios las tortugas bajo la creencia que con el correr de los tiempos, cuando estas estén adultas, volverán a estas mismas playas a desovar los huevos de la próxima generación de tortugas.
Las Tortugas del Terecay, a diferencia de otras de su especie que desoban grandes cantidades de huevos, tienen una postura cada año y sus nidadas no alcanzan los 20 huevos, de los cuales, en condiciones normales, logran madurar un poco menos de la mitad y de las crías, solo un pequeño porcentaje logra llegar al agua por la acción de los depredadores naturales, como las aves de rapiña, los zorros y el hombre que arrasa con todo.
Vía: Prensa Corporinoquia.