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  • Última actualización 2024-04-29 15:33:31

Cien años de la vida de un llanero

Por: Adolfo Rodríguez

El Relato De Pancho Cuevas: una mina de historias puesto en escritura por Umberto Amaya Luzardo (Barinas: Ediciones "Don César Acosta", Colección "Don Virgilio Tosta, 2007), ofrece múltiples facetas y significados que enaltecen tanto al protagonista-narrador como al escritor-entrevistador. Destacamos allí:

1) La pertinencia de esta estrategia de la historia de vidas que permite a representantes de etnias ágrafas, con energías culturales usualmente negadas, acceder al privilegio de la palabra escrita.
2) El rescate de lapsos de vida suficientemente extensos (casi un siglo) como para visualizar, en perspectiva, el proceso histórico vivido por tales sociedades sin voz.
3) La percepción de tal proceso desde la óptica de la cultura silenciada.
4) Pista confiable para determinar la auto-imagen de la respectiva etnicidad, incluso bajo circunstancias críticas como la representada por el siglo XX, en que la arremetida modernizadora ha sido contundente para la neoetnia llanera, a la que pertenece el entrevistado.
5) La percepción de "los otros" por parte del mencionado protagonista llanero: las mujeres, las ciudades, los ganaderos, la guerra, el poder político, los hatos, la cultura de la vega, la homosexualidad, la escolaridad, etc.
6) La carga poética que se desprende de una existencia signada por la estética del grupo étnico, expresada en valores orientados por una voluntad convivencial, caracterizada por un haz de conciencias, al mismo tiempo diacrónica, ecosistémica, igualitarista.
7) El reconocimiento a numerosas existencias anónimas, que formaron parte del momento histórico vivido por el personaje-narrador.
8) La reconstrucción de una territorialidad que funcionó como base ecosistémica e histórica de la particular etnicidad.

Pacho Cuevas y Umberto Amaya

Su palabra vaya adelante

La primera gran hazaña de la vida de Pancho Cuevas y, especialmente de este relato amorosamente rescatado por Umberto Umberto, es la del lenguaje, desde el instante en que "Mi mamá la que me crió" se aparece el 4 de agosto de 1907, a la casa de Don Francisco y su mujer Micaela Calderón, en Las Mucuritas, Apurito, a orillas del rió Apure, a los veinte días de nacido el niño Pancho y proclama: "La palabra es bendita, yo vengo por lo que habíamos acordado", envuelve la criatura "en un trapito" y se lo lleva a Los Dividivis.

Esta mamá es la que le regala "una novilla de segundo parto que tenía la ubre bonita y unas tetas suaves de ordeñar", comprada con el oro que Natividad González halló escarbando en la pata de un tronco, llorando porque aquella "le rajó la cabeza" por quemárseles las tajadas.

Cuando lo encuentre el padre lo lleva a que estudie en Villavicencio y aprende unos "isónimos", que no sabe para qué servirán "cuando estuviera arriando ganado" y el profesor de historia cansado de darle palo a los españoles, se ensañaba con los alumnos.

Y opta más bien por el habla que lo rodea: "el hilito de ruido de cualquier cosita que sonara; ...la pisada de un casco en un charquito de agua...cualquier chamizo que se quebrara...una hojita que se moviera", el olor de un animal venteándolo "en el aire".

Las metáforas con que los llaneros se apropian el mundo: "Chorrosco porque era viejo y chiquito", "Polvo Perdido" al que no tiene mujer ni hijo, "Baranda e´hierro" al mismo Pancho porque "era alto y flaquito, pero arrecho para todo"; "Cebo e Garza" a un carajo muy blanco.


Poesía y trabajo

La sociedad llanera formaba los niños, con dureza, pero sin prohibirles la imaginación ni el juego. Y el niño Pancho, que masca chimó desde los seis, amontonaba "cocuyos y candelillas" para iluminar su toldillo como Juan Cocuyo, que se alumbra con ellos metiéndolos en una botella y se empeñaba en capturar relámpagos colocando frascos en el patio durante la lluvia.

Como en la cenicienta

Muriendo la madre de crianza, queda a cargo del padrino, "más bravo que un indio borracho", quien le regatea los bienes heredados y no lo viste ni le da de comer, la hamaca es un costal, el sombrero de lona y le dan palo, hasta que buscando becerros perdidos, aterrorizado, en un rincón de sabana en una punta de monte iluminado apenas por relámpagos, lo encuentra el temible bandido Juan Lugo, quien se compadece y va con él ante el padrino: "Óigame Pedro Calderón: usted y sus hijos son unos jodidos con este muchacho", etc., etc. Y santo remedio.

Como en una novela de Mark Twain

Que grandecito ya el mundo para él "no había sido otro que los Dividivis y las sabanas de Matalarga", hasta que aguardando por quince días en la Trinidad de Orichuna, al fin llega el vapor, que le echan candela con la leña alistada en aquellos parajes: unos mercaderes españoles, bravos y puercos, que trafican con quesos amarillos de Holanda, damesanas con aceitunas, platos de vidrio, pólvora, escopetas y piedras huecas para los tinajeros de filtrar y sólo amista con un "negro, negro de verdad" de relumbrantes dientes, que poco lo acompaña por estar todo el tiempo "lavando el barco, arrumando cajas, apilando sacos o rodando barriles".

Edipo arriero

Fue como, luego de toparse con el padre, se hace arreador de ganado por 92 días hasta Villavicencio, como maletero. Pero disgustado con el padre, opta por dejarlo y aunque lo deja irse, lo aconseja:"Tenga crédito así no tenga plata". Y transitando el llano es como va dando con la historia de Colombia y Venezuela y un día ve al principal guerrero que se opone a la dictadura venezolana de comienzos de siglo: Arévalo Cedeño y deambula con un lugarteniente de éste, Manuel Vicente, "un buen comandante", quien accede cuando Pancho deja huir un muchacho prisionero, que es pobre y mantiene a su familia. Aunque será testigo también de una que otra crueldad de aquellos alzamientos en los que en lugar de los prometidos armamentos sólo llegaba el invierno y la inundación. Ve sobrevolar el avión de Linbergh y quizá al Profeta Enoc que recorre apocalíptico los llanos en 1926. Fracasa como labriego y vuelve a los hatos como mensual y "de hato en hato conocí todo Arauca, Casanare y Meta". Que solamente una vez le experimenta rabia. Establece un hato junto a Gregorio Castillo, que mataba los tigres con lanza. Y de nuevo las guerrillas, esta vez en los años cincuenta a favor de Guadalupe Salcedo. Pondrá negocio en Bogotá. Pero huye a Venezuela porque persiguen a los que colaboraron con la insurrección llanera. Compra un bongo para comerciar. Vuelve al trabajo de llano después de la pacificación con Rojas Pinilla. Regresa a los hatos, siembra y cosecha chimó. Se juzga con suerte, aunque no para los gallos. "Nunca me arropé con la cobija de la política y me moriré sin entender porque hay tantas religiones si Dios es uno solo". Se siente más que "la luz de un cocuyo que alumbra en la oscuridad de la noche", a estos 97 años.

El Llanero de verdad

Disgustado con algún dueño, dirá:
"El hato es suyo y el camino mío, págueme que yo me voy" (p. 36).

"El trabajo de llano sólo duraba dos meses, y era la vaina más sencilla: A las dos de la mañana gritaba el caporal de llano: ¡"Al café y a los caballos" Se tomaba uno el café y se metía en la boca una pella de chimó...! Ese es el golpe del llanero...!"

Al regresar de la sabana "nadie se abalanzaba sobre los alimentos, demostrando una educación natural" (p. 62).

"trabajando llano uno está pendiente desde las dos de la mañana hasta las seis de la tarde de que no lo vaya a joder un bicho, ni que lo vaya a tumbar un caballo y está haciendo el trabajo con gritos y con alegría, no pensando en comida" (p. 63)

Que en Gachalá aprende a amansar bestias y el chalán, Don Salomón, le enseña "que desde el caballo se mira todo facilito, que anda uno más cerca del cielo y más lejos del suelo y que no falta mujer que se quiera encaramar en el anca" (p. 64).

"Torear y amansar potros fue la diversión de mi vida" (p. 66)

"Yo nunca he llamado lejos a los caminos" (p. 67)

"Para el verdadero llanero, un buen caballo, una sabana ancha y la necesidad de hacer caminos" (p. 79).

"Si el que va arriando el ganado es un llanero bueno, sabe que los animales sienten, que tienen alma como nosotros y el mismo aire que respiramos es el que respiran ellos" (p. 86).

El llano conjugado en femenino

Florence Thomas, comentando este relato, sugiere "conjugar el llano en femenino" y creo que no falta tal inflexión en esta historia de Pancho Cuevas desde sus primeros veinte días en que una temeraria mujer lo adopta porque el padre lo presume enrazado con "flojo".

Casi todas las mujeres que menciona lucen más bien activas que pasivas, en las decisiones relacionadas con el amor, el hogar, la educación de los niños, la lucha política, etc. Y don Pancho Cuevas se manifiesta respetuoso al respecto. Lo cual puede orientar en cuanto a la posibilidad de un sentido matriarcal de la cultura llanera

Trabajando por primera vez por los lados de Rondón, "conocí una muchacha conversadora que tenía buena anca y en el pecho unas demasías de la naturaleza". Será su mujer, pero lo encuentra con otro, la deja y le dice que se cuide porque con otro se puede llevar "una vaina". Al hijo que tiene se lo tiene que robar a la abuela que se empeña en criarlo con un tío que era marico.

En Villavicencio se casa con una serrana blanca que tiene panadería, mientras Pancho regenta un hotel.

Estando preso por apoyar las guerrillas de G Salcedo, embarcando prisioneros para ejecutarlos, le toca a "una mujer que se llamaba Carmen", quien echa a gritar "Cabrones... ¡cabrones sin pantalones, pónganse las pantaletas que yo cargo y vayan a darse plomo al monte, pero no asesinen a una gente desarmada, parranda de maricos". Interviniendo un teniente "liberal" y los liberan. Agregando que "una mujer también salvó a Guadalupe Salcedo de una encerrada que le había hecho la tropa". Le lleva carta en el ruedo del vestido y, al verse descubierta, se lanza a un río caudaloso y llega con la advertencia que salva al líder llanero...

Dos muchachas de su relato pasan a la historia del erotismo:

La hermana del Negro Félix que establece las reglas del juego: "!Y machete pa que te afilo! Aquí caigo aquí alevanto, pujido y pujido viene, duramos boliando tapara hasta las cuatro de la mañana. Tuvimos por lo menos una docena de alegrías y cuando salí del cuarto yo no sentía que había estado en la hamaca con una mujer, sino que andaba por un camino lleno de flores. Todo pasó en una noche, pero yo creí que habían pasado siglos".

La muchacha a quien lo encargan cuando queda todo fracturado por la embestida de un toro. Quiere instruirlo del mismo modo que la hermana del Negro Félix: "livianita como un costal de plumas y hacia las cosas con tanta delicadeza y ternura que nunca me maltrató" (p. 66).

Estará luego con una "catira marmoleña con un pelo de cola de vaca meada, de buenas proporciones, ojos garzos y un andar gracioso y derechito como las doce en punto!" con la cual "la temperatura del amor era más que de cualquier otra mujer que yo haya conocido" y le palpitaba el corazón, el estómago, el sexo. Su voz le recordaba "el graznido de los marceros al atardecer", el sexo "húmedo y suave como una ostra y los orgasmos seguiditos como las perlas de un collar" Y la historia de su vida antes de conocerlo: el salpullido del amor, el desencanto, los ojos podridos por el sueño, estaba pero no estaba, el alma macheteada de sombras, expuesta a ser juzgada "en los descansaderos de la muerte" (p. 77-8).

Habrá otra: "bien llanera, esbelta, de los lados de Rondón, ágil y muy bonita. Su casa. Pobre, orgullosa y altanera, que se irá luego con él para Tame, luego de mucha insistencia y requiebros: un cuerpo de mapora, una cachama entre un charco de bagres (79-82).

Le gustan "las mujeres cerreras y bravas", pero su esposa Concepción hubo un momento en que se pasa "de maraca" (p. 73)

A modo de historia intercalada, relata la que vive, en las sabanas del Cravo, Pancha Vásquez, la inspiradora del personaje Doña Bárbara de Rómulo Gallegos D (69-70)

Amansará unas vacas que quedan "tan mansiticas y generosas como una mujer cuando de verdad lo quiere a uno" (p. 38).

Una solitaria dama lo invitará a pasar con él la noche en que comenzaba el nuevo milenio, para que no le faltara hombre en los meses siguientes. Quizá con la que cerró su inventario de amoríos: "ya tengo noventa y siete años, y hace cuatro que no estoy con una mujer".

Respeto al indio

"Nunca probé india" y no porque no le faltara iniciativa. Probó con ellas el desprecio (p. 83)

En el hato que funda con G Castillo dan parte de un buey "a unos indios que pasaban por ahí"".

Los cielos donde las estrellas salen para otro lado

Eso dice de Caracas, donde el más baqueano se pierde (p. 41).

Como un cuento de Rulfo

El regreso a Santa Catalina para sacar la cédula y encontrar que el pueblo ya no estaba, sino cuatro casas cayéndose, la calle un polvero donde solo pasan "los burros y el viento", tres viejitos sentados en una tabla bajo un almendro". Y de pronto uno que recuerda a sus padres y pregunta por Pancho Cuevas. "Yo soy". Así que van a la ciudad más cercana, pero en la porfía de los testigos acerca de la fecha de su nacimiento, queda alterada. Hasta que vendrá el padrino y le recordará que había nacido una noche en que el aguacero tumbaba los araguatos con palo y todo y se apagaban las lámparas y todo amaneció anegadito".

Garcímarqueano

Dice que Arévalo Cedeño llega a Miraflores, cuando ya Gómez ha muerto y como "ya no tenía contra quien pelear se volvió loco".

El llano en crisis

Entre finales del siglo XIX y comienzos del XX los llanos de Venezuela y Colombia experimentan la transformación a que la someten los procesos genoetnoecocidas que, lamentablemente, prosiguen campantes:

Recuerda don Pancho que la primera vez que trabaja con los Pérez entre el río Cravo y el Casanare, "el llano todavía no se había puteado, la gente tenía honor, los ricos vestían con sencillez y no había ambición de amontonar plata rápidamente. Era gente honrada y tenía palabra, el que daba la palabra la cumplía y las cosas así se facilitaban.

"La gente sentía vergüenza de meter la mano de primero en la comida, de no responder el saludo, de despreciar a un amigo. Pero sobre todo sentían vergüenza de no poder dar nada cuando alguien le pedía, y de no respetar los pactos".

Refiere su regreso a La Venturosa en que "el llano era otro, había cuatreros, que vivían únicamente del robo de ganado". A los herederos del viejo F Pérez, los amenazan y se van. Así fue como comenzó a perderse el ganado. Andando con Luís Chávez, de los guerreros que anduvieron con Salcedo, se empeña en recuperar un ganao venturoseño, que lo llevan hasta sus dueños. Pero los que se meten a pícaros después son los mismos hijos de éstos. Casi nada logró con ellos luego de nueva años trabajando allí. Y se dedicó entonces a llevar ganado a Venezuela, unas veces legal, contrabandeado otras (p. 71)

Capítulo especial podrían dedicarse a esta sarta de curanderos que, entre otros capitales, casi dan cuenta con el de don Pancho, por sus malestares y los de su mujer (p. 73 y siguientes).

Rememorando muertos, dice que "todos ellos personajes floridos, gente hermosa en el sentido de la palabra, cabales, todos ellos incapaces de sembrar cizaña, Gente que sabía vivir y sabían aceptar el llano como era, con los olores que congeniaban con la vida sabanera y sin malos sueños (p. 93).

"paja de una misma macolla y granos de una misma tusa" (94).

Como un epitafio expresa: "Desaparecieron los tiempos de la leche gorda, cuando los gatos lambían manteca y las gallinas venteaban al gallo" (93).

Un pensao

Este de don Pancho no parece ser su caso:

"La vida del hombre es como un lirio sabanero, llega el sol lo seca y nadie más se acuerda de él" (p. 92).


Bibliografía

AMAYA LUZARDO, Umberto. Relato De Pancho Cuevas: una mina de historias. Barinas: Ediciones "Don César Acosta", Colección "Don Virgilio Tosta, 2007 ( Incluye "La Vela Encendida en el Afecto y la Amistad por Pancho Cuevas" por Alberto Pérez Larrarte, a manera de carta para Umberto Amaya Luzardo; y un comentario (sin título) de Florence Thomas).

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