Siempre que escucho el arpa, afinada desde la llanura, permanezco en ese lugar tan inagotable, viéndome cabalgador en la explanada tibia hasta la lontananza, a medio sol del piso y empañetado por las ropas húmedas. Recorro, dejándome llevar por la bestia altiva, los yermos verdes que no se permiten abarcar por la mirada, esos extensos terrenos abiertos que a lo hondo levantan la silueta de grandes cimarroneras; y arriba, en lo alto, las garzas colgadas del aire amenazador de calores ígneos y soporíferos del medio día. Cabalgo, lentamente voy cabalgando hasta que el día se cansa y tengo que guindar el chinchorro a un horcón. Y los días se siguen cansando, transpirando la región, muriendo, y yo intacto en la lejanía, extrañando esa tierra aunque la veo espasmódicamente cuando un arp"> Siempre que escucho el arpa, afinada desde la llanura, permanezco en ese lugar tan inagotable, viéndome cabalgador en la explanada tibia hasta la lontananza, a medio sol del piso y empañetado por las ropas húmedas. Recorro, dejándome llevar por la bestia altiva, los yermos verdes que no se permiten abarcar por la mirada, esos extensos terrenos abiertos que a lo hondo levantan la silueta de grandes cimarroneras; y arriba, en lo alto, las garzas colgadas del aire amenazador de calores ígneos y soporíferos del medio día. Cabalgo, lentamente voy cabalgando hasta que el día se cansa y tengo que guindar el chinchorro a un horcón. Y los días se siguen cansando, transpirando la región, muriendo, y yo intacto en la lejanía, extrañando esa tierra aunque la veo espasmódicamente cuando un arp"> Siempre que escucho el arpa, afinada desde la llanura, permanezco en ese lugar tan inagotable, viéndome cabalgador en la explanada tibia hasta la lontananza, a medio sol del piso y empañetado por las ropas húmedas. Recorro, dejándome llevar por la bestia altiva, los yermos verdes que no se permiten abarcar por la mirada, esos extensos terrenos abiertos que a lo hondo levantan la silueta de grandes cimarroneras; y arriba, en lo alto, las garzas colgadas del aire amenazador de calores ígneos y soporíferos del medio día. Cabalgo, lentamente voy cabalgando hasta que el día se cansa y tengo que guindar el chinchorro a un horcón. Y los días se siguen cansando, transpirando la región, muriendo, y yo intacto en la lejanía, extrañando esa tierra aunque la veo espasmódicamente cuando un arp"> Siempre que escucho el arpa, afinada desde la llanura, permanezco en ese lugar tan inagotable, viéndome cabalgador en la explanada tibia hasta la lontananza, a medio sol del piso y empañetado por las ropas húmedas. Recorro, dejándome llevar por la bestia altiva, los yermos verdes que no se permiten abarcar por la mirada, esos extensos terrenos abiertos que a lo hondo levantan la silueta de grandes cimarroneras; y arriba, en lo alto, las garzas colgadas del aire amenazador de calores ígneos y soporíferos del medio día. Cabalgo, lentamente voy cabalgando hasta que el día se cansa y tengo que guindar el chinchorro a un horcón. Y los días se siguen cansando, transpirando la región, muriendo, y yo intacto en la lejanía, extrañando esa tierra aunque la veo espasmódicamente cuando un arp" />
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  • Última actualización 2024-04-29 15:33:31

Llanero De Frío (cuento)

Siempre que escucho el arpa, afinada desde la llanura, permanezco en ese lugar tan inagotable, viéndome cabalgador en la explanada tibia hasta la lontananza, a medio sol del piso y empañetado por las ropas húmedas. Recorro, dejándome llevar por la bestia altiva, los yermos verdes que no se permiten abarcar por la mirada, esos extensos terrenos abiertos que a lo hondo levantan la silueta de grandes cimarroneras; y arriba, en lo alto, las garzas colgadas del aire amenazador de calores ígneos y soporíferos del medio día. Cabalgo, lentamente voy cabalgando hasta que el día se cansa y tengo que guindar el chinchorro a un horcón. Y los días se siguen cansando, transpirando la región, muriendo, y yo intacto en la lejanía, extrañando esa tierra aunque la veo espasmódicamente cuando un arpa suena; pero igual, no la conozco.

LLANERO DEL FRÍO

Por GIOVANNI FIGUEROA T.

Hallo en mí un recuerdo raído por el tiempo y la ansiedad, de un viaje a los llanos en las épocas mías de infancia. Un Land Cruiser 57, parte trasera, cervezas y costales y a mí que me resultaba curiosamente precioso el juego de la carretera polvorosa que se dejaba ir hasta el tope con las montañas azules del horizonte. Era un verdadero espectáculo: los campos bifurcados por los caminos adyacentes, las mirlas sobre las cercas siguiendo el recorrido del auto con sus austeros ojos y el sonido inconfundible de maratones de animales y la corriente blanquecina de los ríos. Cada que me acuerdo de mi viaje, interviene más mi deseo de estancia en esa tierra que mi verdadero recuerdo y es posible ( porque he llegado a pensarlo) que nunca estuve en ese viaje y que simplemente es el retrato de mis anhelos que asalta mis recuerdos.

Las figuras tomaban formas como prensas de piel, como de manos grandes sujetando a las pequeñas, manteniéndolas en el aire, inclinadas hacia arriba; las figuras, oscuras por el efecto contraluz, golpeaban la arena, como con pisotones rítmicos, levantándola varios centímetros, y las figuras sin pisarse, mientras una se iba para adelante la otra hacia atrás y viceversa y otra vez y etcétera; las figuras giraban, dibujan círculos alrededor con ellos mismos, se movían, zapateando; una figura llevando las manos juntas, luego con una mano atrás y la otra bajando el sobrero, cercando con el movimiento a la otra figura que alargaba las manos al borde de un embudo, como sosteniendo una falda por su orla, dejando esas cosas oscuras y brillantes al viento, como piernas morenas, y zapateo, zapateo; las figuras se median exactamente sin estropear la fiesta, eran formas en una danza, obedecían la canción del arpa y del

cuatro como teniendo algo de marionetas desde las cuerdas; las figuras empezaban a descubrir los rostros y los ojos aguzaban a los otros ojos; a una figura se le desprendía un velo desde arriba, como una mancha de cabello crispado, flotando en el martilleo de las maracas; y las figuras iban y venían, aclarándose, dejándose ver, zapateando, girando; y el arpa sonaba cada vez más alto y nostálgicamente, haciendo mover a las figuras como formas con vida en un cortejo; y yo, mientras tanto, inválido a ese baile, mirándolos apenas de lejos cuando se alcanza escuchar, en pleno rincón de los muros, incapaz a ese todo de fuga hacia la llanura, temeroso de hacerme invisible en los llanos del arpa y el ritual del joropo, cobarde, y lo repito porque soy cobarde ante el hecho de que vuelvo a vivir cuando escucho el arpegio llanero, permaneciendo en ese lugar inagotable e indeleble para mí, y me da la de quedarme metido en este hueco frío que no tiene ni una pizca de tierra cálida de ese oriente que no se me permite aparecer.
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